Un Poco de Nuestra Historia

No hay que ser médico o investigador para enamorarse de la investigación clínica, solo falta saber un poco de su historia, conocer su valor para la sociedad, reconocer que, aunque hay riesgos, los beneficios que aporta a la humanidad son incalculables.

Mi experiencia comenzó con un familiar que inició su centro de investigación y me comentó lo que era, me pareció interesante, pero no presté mucha atención, aún pensaba que los participantes eran como conejillos de indias y suponía que los riesgos eran altos, sumado a esto recordaba una escena de una serie o película que mostraba que las personas que participaban en un estudio clínico lo hacían por una necesidad económica. A pesar de conocer un poco, mi ignorancia seguía siendo muy grande.

Lo bueno de tener una idea inicial de lo que podía ser la investigación clínica fue que despertó mi curiosidad en el tema y comencé a leer y así se fue disipando la ignorancia.

Uno de los artículos que más llamo mi atención fue “Enfermedades Malditas” de Pedro Gargantilla, profesor de la Universidad Francisco de Victoria, publicado el 1 de noviembre de 2018. Este artículo muestra un resumen de las primeras epidemias del mundo antiguo. Aquí solo se van a mencionar unos apuntes del artículo:


Las primeras epidemias recibieron el nombre genérico de peste, 
pestilencias, plagas, entre otros. En la Biblia, por ejemplo,
se describe la plaga que se desató entre los filisteos diezmando
la población, y a la que los judíos interpretaron como castigo
divino por haberse apoderado del arca de la Alianza. Esto es
una muestra de que la aparición de las enfermedades epidémicas
tenían una connotación mágico-religiosa y estaban ligadas a
los dioses malignos.

El primero en hacer referencia al carácter contagioso de
ciertas plagas fue el historiador y militar ateniense Tucídides
(460 a.C. - 396 a.C.) en “Historia de la peste ateniense” y
menciona que el carácter epidémico de la enfermedad se debió
a que los habitantes del Peloponeso envenenaron los pozos.
Aquí se encuentra la palabra pandemia que viene del griego
pan = todos y demos = pueblos, y se refiere a la aparición
repentina de una enfermedad y que se extiende a gran parte
de la población del mundo.

Otra enfermedad, la viruela, extremadamente contagiosa y que
solo afecta a los seres humanos, y que constituye una de las
pandemia que mas muertes ha causado a lo largo de la historia,
sin contar que es la responsable de dejar desfiguradas a
millones de personas (ciegos, sordos y las picadas de viruela).
Esta enfermedad fue la causante de la muerte del Faraón Egipcio
Ramsés V en el año 1157 a.C.; y en la época de la conquista
española propició la muerte de más de tres millones de aztecas,
así como fue causante de la muerte del Emperador Inca. 

Solo hasta el año 1796 aparece la primera vacuna contra la
viruela, y esto se debe gracias al médico ingles Edward Jenner.

La viruela apareció con la revolución neolítica, hace unos
10.000 millones de años, y desde entonces, hasta su posible
extinción (último caso en Somalia en el año 1977), ha matado
a más de 300.000 millones de personas.

Entonces, una enfermedad que llevaba miles de años, que acabó con la vida de millones de personas, y solo pudo ser combatida por el resultado de una investigación clínica, llevo a pensar que la investigación clínica es una necesidad y una responsabilidad. 

Pero la investigación clínica también cuenta con un capítulo oscuro, un capítulo en que las personas que participaban eran vulnerables, a quienes no se les respetaban sus derechos, y puede decirse que fueron torturados. No hay que buscar mucho para saber que las investigaciones clínicas de los Nazis, llevadas a cabo en los campos de concentración y cuyos participantes eran judíos y prisioneros de guerra, entre otros. Estas personas fueron obligadas a participar en estos experimentos cuyo resultado final fue la muerte, la desfiguración o la discapacidad permanente. 

Pero este capítulo de horror no se volverá a repetir gracias los códigos de ética actuales, por ejemplo el Código de Núremberg, La Declaración de Helsinki, la obligatoriedad de las Buenas Prácticas Clínicas, en otros. Esto lleva a una investigación clínica responsable, donde la máxima prioridad es la seguridad y bienestar del participante.

Todo esto me llevo a pensar que desde mi formación académica podía hacer algo que contribuyera a la investigación clínica, y el resultado: el servicio en la nube para los comités de ética. Lo que se busca con este servicio es apoyar la gestión del comité en pro de la la eficacia, eficiencia y transparencia del mismo.